TORREÓN, COAH., 17 de mayo de 2021
Señor Zhu Qingqiao, embajador en México de la República Popular de China
Miguel Riquelme Solís, gobernador del estado de Coahuila
Autoridades civiles, militares, diplomáticos
Amigas y amigos
Como sucede en todo el mundo, la historia de los pueblos registra tiempos de esplendor y grandeza, así como momentos de oscuridad y vergüenza.
Así ha sido la vida pública de Torreón y de la comarca Lagunera; la joven ciudad desde su nacimiento contó con prosperidad y fortuna. Sus fundadores fueron gente de lucha en el más amplio sentido de la palabra, merecedores del lema del estado de Coahuila según el cual “el trabajo lo vence todo”.
Antes de la llegada del ferrocarril, ya la región producía alimentos para sostener a la población dedicada a la minería. El cultivo de la vid permitió producir el mejor vino de México. Con el tendido de las vías férreas, en 1888, Torreón experimentó un desarrollo rápido y espectacular; de ser una Hacienda con poca población se convirtió de la noche a la mañana en una importante ciudad y centro estratégico de actividades productivas.
Su población pasó de 225 habitantes en 1868 a 40 mil en 1910. Su tasa de crecimiento solo era comparable a lo de nuevos centros mineros como Cananea en Sonora, y Santa Rosalía en Baja California Sur. El ferrocarril permitió detonar el cultivo del algodón, el llamado oro blanco, en cuyo cultivo, al igual que en el sur de Estados Unidos, se recurrió a esclavos afroamericanos de ese país.
Está documentado que, en 1895, en Tlahulilo, trabajaron en la pizca del algodón 700 jornaleros migrantes traídos de Alabama.
El auge minero, agrícola e industrial, trajo aparejado el desarrollo comercial y financiero de La Laguna. En 1901 había nueve bancos en Torreón; y desde 1900 “existían 12 industrias importantes entre las que se contaban una fábrica de jabón, otra de hilados y tejidos, una fundidora, una cervecera, una ladrillera, una fábrica de muebles y otra de refrescos y dulces. Estaba también la que en ese momento era la principal metalúrgica del país y de la cual era socio don Evaristo, abuelo del futuro revolucionario Francisco I. Madero…”.
Sin embargo, como todo lo que aconteció en el porfiriato en las distintas regiones del país, el crecimiento económico no significó justicia social; más bien concentró la riqueza en pocas manos, profundizó las desigualdades y produjo pobreza, marginación y profundos resentimientos.
De ahí que la enseñanza mayor del modelo económico neoliberal o neoporfirista es que la apuesta por el progreso material sin justicia nunca será una opción política viable y siempre estará condenada al fracaso. Su falla de origen consiste en pasar por alto que la simple acumulación de riqueza, sin procurar su equitativa distribución, produce desigualdad y graves conflictos sociales.
Torreón es un ejemplo de cómo antes del porfiriato un pueblo apacible con pocos conflictos se convirtió a partir del progreso porfirista en una madeja de problemas sociales y políticos: se profundizaron las disputas agrarias por el despojo de tierras, como sucedió en Ocuila y otros pueblos encabezados por el indígena y a la postre revolucionario, Calixto Contreras; comenzó la confrontación por el agua, las presas y los canales de riego, entre los agricultores de arriba del Río Nazas y los de abajo; La Laguna pronto fue de los principales centros de proselitismo magonista; en 1908 en Viesca se produjo un levantamiento armado en contra de Porfirio Díaz y a consecuencia de esa insurrección fueron aprehendidos y llevados a la terrible cárcel de San Juan de Ulúa, Veracruz, los “cabecillas”, como se llamaba antes a los líderes de la oposición.
¿Y qué mejor prueba puede haber del carácter indomable del lagunero? si en San Pedro de las Colonias el presidente Madero, nativo de aquí cerca, de Parras, Apóstol de la Democracia, empezó su lucha revolucionaria, en 1904, apoyando con dinero a los magonistas y oponiéndose, en 1905, a la reelección del gobernador de Coahuila, Miguel Cárdenas, lo que más tarde haría en contra del mismo dictador Porfirio Díaz.
No olvidemos que, en su hacienda de San Pedro de las Colonias, Madero les dio trabajo a los huelguistas textileros de Puebla y Veracruz antes de que estos fueran brutalmente reprimidos en Río Blanco en 1907; y cómo olvidar que en San Pedro escribió el libro “La Sucesión Presidencial de 1910”, que al contrario de lo que sostenían los intelectuales orgánicos de la dictadura y hasta los seudo anti porfiristas, se trata de una obra con buena prosa y mucha profundidad política.
Pues bien, en medio de esta efervescente realidad marcada por la polarización clasista y racista, tuvo lugar el llamado “pequeño exterminio” que causó la muerte a 303 chino-mexicanos de Torreón, en los aciagos días del 13, 14 y 15 de mayo de 1911.
Sobre las causas y cómo sucedieron estos terribles y lamentables hechos, considero que el testimonio con más rigor histórico y literario es el que ofrece el escritor Julián Hebert en su libro “La casa del dolor ajeno”: allí se narra que luego de una de tantas crisis en China de la época, muchos de sus habitantes se vieron obligados a emigrar, primero a Estados Unidos, atraídos por la fiebre del oro en California y por la construcción del ferrocarril; luego que se les impidió el ingreso a ese país, a Estados Unidos, buscaron trabajo y refugio en otras partes del mundo, incluido México.
El racismo que han padecido por siglos los habitantes de China es igual o peor que el que han sufrido indígenas mexicanos o africanos. Baste recordar que hasta 1968, una persona de cultura oriental, en especial de origen chino, no podía casarse en California con una mujer blanca “y por ‘mujer blanca’ la ley entendía ‘mujer occidental’. Lo irónico es que, exclusivamente frente a los chinos, este vago concepto consideraba mujeres blancas a las afroamericanas, indias y mestizas”.
La discriminación se sustentaba en lo más vil y ofensivo; se repetía que los chinos eran “sucios, incultos, arrogantes, individualistas” y que carecían hasta “de sentido del humor”, y estas estupideces se trasladaron a México, donde a la exclusión y al mal trato se le añadió el exterminio.
Da tristeza que incluso en el mejor plan que se ha escrito en México, el Plan Liberal de 1906 de los magonistas, existe un párrafo vergonzoso que mancha la memoria, la congruencia y la honestidad de estos dirigentes. En ese texto se lee, cito: “la prohibición de la inmigración china es, ante todo, una medida de protección a los trabajadores de otras nacionalidades, principalmente a los mexicanos. El chino, dispuesto por lo general a trabajar con el más bajo salario, sumiso, mezquino en aspiraciones, es un gran obstáculo para la prosperidad de otros trabajadores”.
Esto explica que revolucionarios y reaccionarios coincidieran en los procedimientos más crueles e inhumanos en contra de la comunidad china de México. Desde 1911, quedó demostrado que, en tiempos de revolución o guerra, los excesos no provienen de una sola ideología; aquí en Torreón, el odio y otras atrocidades de “los amarillos” como se conocía a los defensores de Porfirio Díaz no distaba mucho de las barbaridades de los revolucionarios carrancistas o villistas.
Hebert, citando al novelista Francisco de Urquizo, afirma que “los amarillos de La Laguna” era un cuerpo de rurales integrado por capataces y guardias blancas de hacendados “cuyo odio a los revolucionarios rebasaba el encono del ejército federal: no solo enfrentaron al enemigo sino que lo cazaban, lo arrastraban a cabeza de silla entre nopaleras, le pegaban decenas de tiros incluso estando muerto, lo desmembraban, lo colgaban de los postes del telégrafo junto a las vías del tren para que aprendiera a respetar”. Agregaría que este escuadrón de la muerte era igual de terrible y aplicaba prácticas parecidas a las atribuidas al Centauro del Norte y sus Dorados. Sobre estos episodios de barbarie, aun con toda la carga familiar anti villista, el libro La Sangre al Río de Raúl Herrera Márquez, es para mí un clásico, es como La Casa del dolor ajeno, otra gran obra para comprender mejor la historia de las muchas regiones del gran mosaico social y cultural que es nuestro querido México.
La lección que nos dejan estas historias es que la violencia y la guerra deben evitarse por todos los medios; por sus terribles locuras y por ocasionar las mayores desgracias a los seres humanos.
En los días fatales del 13, 14 y 15 de mayo de 1911, se vivió en Torreón una gran tragedia: los revolucionarios se prepararon con anticipación para tomar la plaza y el ejército federal se dispuso a defenderla a sangre y fuego. El encargado del destacamento militar porfirista fue Emiliano Lojero, que de joven combatió contra los franceses en la batalla del 5 de mayo en Puebla y que luego formó parte del tribunal de tres jueces que condenó a la pena capital a Maximiliano de Habsburgo; entre otros méritos. Sin embargo, los revolucionarios maderistas eran más numerosos, lucharon con pasión y a ellos correspondió la pírrica victoria.
Un día antes del inicio de hostilidades militares para tomar Torreón, la sociedad de comerciantes y trabajadores chinos de esta ciudad mandó a imprimir y distribuir un volante que tradujo del inglés al castellano el historiador Juan Puig, en este documento se dice: “!Hermanos, atención! ¡Atención! Esto es grave. Han ocurrido muchos sucesos injustos durante la revolución. Se nos ha informado que antes de las diez de la mañana de hoy los alzados unirán sus fuerzas para atacar la ciudad. Es muy probable que durante la refriega se desate una multitud que se dé a saquear las tiendas.
…Por esto aconsejamos a nuestra gente que, cuando las multitudes se junten, cierren sus puertas y se escondan, y bajo ninguna circunstancia abran sus negocios ni salgan a ver la pelea. Y, si forzaran algunas de sus tiendas, no opongan resistencia y déjenlos tomar lo que quieran, puesto que de otro modo sus vidas correrían peligro. ESTO ES IMPORTANTE. Una vez que termine el percance, trataremos de llegar a un acuerdo”.
Pero todo fue en vano: a la media noche del día siguiente, narra Herbert, “el cielo se nubló … y empezó la matanza… tanto los testimonios compilados por el fiscal Rafael Ramos Pedrueza como los que provienen de la tradición oral coinciden en señalar que los campesinos asiáticos fueron asaltados al menos tres veces: llegaba una cuadrilla revolucionaria de Lerdo y les quitaba legumbres y herramientas, luego otra de Gómez Palacio y los despojaba de ropas y centavos y al final venía una tercera columna procedente de Matamoros o Viesca o Mapimí y los encueraba, azotaba o apuñalaba porque ya no tenían nada que dar: porque se habían convertido en pocas horas en las personas más frágiles del país de La Laguna. Las más sencillas de matar. No faltó quien opuso resistencia y cayó a tiros, pero a la mayoría de los súbditos celestes se les ejecutó porque sí: por odio racial, por envidia económica, por sevicia y para entretenimiento de la tropa.
Varias decenas murieron esa noche. Sus cadáveres quedaron tendidos entre los surcos, agrupados en los graneros, descalzos a las puertas de sus cuartos de adobe… Un par de días más tarde –y habida cuenta del problema político que se avecinaba– el maderismo triunfante recolectó los cuerpos. Algunos fueron remitidos a una fosa común en las inmediaciones del cementerio. Otros terminarían semihundidos en las norias de El Pajonal”.
El genocidio costó la vida –como ya lo hemos dicho– a 303 personas de origen chino y a cinco de ascendencia japonesa; el resultado de la investigación limitó el castigo básicamente al fusilamiento de Benjamín Argumedo, quien esgrimió, ante el juez la mentira de que, al recibir “un nutrido tiroteo”, ordenó a la tropa:
–Maten a los chinos.
Sin embargo, los más destacados jefes revolucionarios que participaron en la toma de Torreón ni siquiera fueron investigados. Aclaro que en esta deleznable masacre no participó, como algunos siguen pensando, Francisco Villa. Debe recordarse que en ese tiempo el Centauro del Norte estaba en Ciudad Juárez, donde con Pascual Orozco ayudó a Francisco I. Madero a obtener el triunfo en esa batalla contra el ejército federal, decisiva para lograr la renuncia y el exilio a Francia del anciano dictador Porfirio Díaz.
También debo decir con pesar, con tristeza, que luego del llamado genocidio, para robarles y por racismo se continuó persiguiendo y asesinando impunemente a miembros de la comunidad china en México.
Después de la matanza de Torreón de 1911, “lo que emergió no fue arrepentimiento, ni siquiera autocrítica, sino un permiso simbólico de transgresión; cualquier vejación contra los cantoneses tenía un antecedente histórico que no solo justificaba, sino que exculpaba la nueva atrocidad”. Es comprobable que en Sonora a partir de 1916 se constituyeron clubes anti chinos; las autoridades locales primero los confinaron en barrios, en guetos, luego los apresaban y los deportaban, hasta llegar, en 1931, a expulsarlos del estado. Algo parecido se padecía en Sinaloa, por lo cual muchos orientales terminaron refugiados y viviendo en pueblos apartados de Durango o Zacatecas.
La campaña propagandística anti china, consistía en acusarlos de haberse apropiado de las fuentes de trabajo y de tener comercios –lavanderías, panaderías– antihigiénicas, que propiciaban enfermedades y epidemias. También se les difamaba divulgando que pertenecían a una “raza torpe” y “desequilibrada”. En Sonora y Sinaloa se les obligaba a quitarse el nombre oriental y a llamarse Pedro, Juan o Manuel.
Esta campaña se justificaba con “la defensa de la raza y de la patria”, una actitud semejante a la de los estadounidenses anti migrantes. Asimismo, es sabido que tanto en el gobierno de Álvaro Obregón como en el de Plutarco Elías Calles se fomentó esta campaña, esta gran injusticia. El Partido Nacional Revolucionario (PNR), surgido en 1929, tomó la bandera del racismo anti chino al año siguiente de su fundación.
En 1930, la población china en México era de 15 mil 960 personas y en 1940, según cifras oficiales, se había reducido a solo 4 mil 859 personas o habitantes.
Pero ¿saben quién les dio refugio a los orientales en el noroeste de México? Los yaquis. Allí hasta existe un panteón chino. Es una lección de humanismo sublime; un pueblo perseguido, como el pueblo yaqui que resistió al exterminio, que ayuda a otro en la misma circunstancia sin importar culturas o fronteras.
En fin, considero que este acto en que el Estado mexicano pide perdón a los familiares de las víctimas de la represión autoritaria cometida por movimientos, organizaciones y gobiernos de nuestro país, no solo nos obliga a asumir nuestra responsabilidad y culpa, sino también a aceptar el compromiso con el pueblo y la República Popular de China de que el Estado mexicano no permitirá nunca más el racismo, la discriminación y la xenofobia. Nuestro país y su gobierno siempre promoverán la igualdad, la diversidad cultural, la no violencia y la fraternidad universal.
Amigas y amigos,
Señor embajador Zhu Qingqiao,
Además de agradecer su presencia en este importante acto, que nos reconcilia aún más y reafirma la amistad entre nuestros pueblos, quiero aprovechar, también, para agradecer de todo corazón al gobierno de su país por el oportuno e importante apoyo que nos han dado desde el inicio de la pandemia de Covid-19.
A raíz de la declaración de la pandemia actual, en marzo de 2020, al igual que muchas naciones, México se ocupó de contar con abastecimiento de insumos y equipos médicos que permitieran enfrentar la pandemia y atender las necesidades de la población para proteger su salud.
Es por ello que llamé al presidente de la República Popular de China, Xi Jinping, para solicitar su apoyo y colaboración con nuestro país. Hubo una respuesta rápida, fraterna y solidaria por parte del Gobierno Popular de China. A través del puente aéreo México – China hemos recibido 38 aviones: 25 con insumos médicos como equipo de protección para trabajadores de la salud, ventiladores y pruebas diagnósticas; y 13 aviones con 6 millones de dosis de vacunas Sinovac, y sustancia activa para envasar en México –como lo estamos haciendo– otros 6 millones de dosis de la vacuna de Cansino en la planta farmacéutica de Drugmex.
De esta vacuna de Cansino, México ha recibido más de cuatro millones, ya de la planta que envasa en nuestro país. Ya se han producido, repito, más de cuatro millones. Al ser de una sola dosis, la vacuna Cansino fue seleccionada para vacunar a todos los maestros, maestras, a los trabajadores de educación del país, al día de hoy hemos avanzado vacunando al 65% de los trabajadores de la educación de nuestro país, y antes de que termine el mes habremos concluido.
Hoy quiero agradecer al Presidente de China, Xi Jinping y a su Embajador en México, Zhu Qingqiao, así como a los científicos de China, a sus diplomáticos y a sus empresas, y quiero decir desde Torreón, nunca vamos a olvidar la fraternidad de China en los meses amargos y angustiosos de la pandemia por el apoyo solidario que recibimos.
Más valioso resulta este apoyo, si se considera que China tiene actualmente ingentes necesidades de vacunación, así como en su momento también necesitaba sus equipos de ventilación y siempre decidieron respaldarnos. ¡Gracias, presidente de China, y gracias al pueblo chino por su solidaridad!
Gracias, muchas gracias, de todo corazón.