CÓRDOBA, VER., 24 de agosto de 2021
Amigo Guillermo Lasso Mendoza, presidente constitucional de la República del Ecuador
Sra. María de Lourdes Alcívar de Lasso, esposa del ciudadano presidente de la República del Ecuador
Amigas y amigos, todos:
Terminando este acto de conmemoración por laos 200 años por la firma de los Tratados de Córdoba vamos a reunirnos con el presidente Lasso, con sus acompañantes, para tratar asuntos relacionados con la economía, con el comercio, con el desarrollo, con la cooperación entre nuestros pueblos y nuestros países.
Ahora yo quiero referirme a lo que estamos recordando aquí en Córdoba el día de hoy.
En México, la Revolución de Independencia comenzó como la lucha del pueblo contra la oligarquía de la Nueva España. Los insurgentes buscaban modificar la estructura económica y social de opresión prevaleciente en el sistema colonial. Inicialmente, como afirma Octavio Paz, “no es la rebelión de la aristocracia local contra la metrópoli, sino la del pueblo contra la primera”.
Para el cura Hidalgo y el cura Morelos reformas sociales como la abolición de la esclavitud y el reparto de latifundios tenían la misma importancia que la independencia política. Por ello, el movimiento de insurrección popular es combatido en ese entonces por el ejército, la Iglesia y los grandes propietarios, en alianza con la Corona española. “Estas fuerzas fueron las que derrotaron a Hidalgo, a Morelos, a Mina. Un poco más tarde, ocurre lo inesperado: en España los liberales toman el poder, transforman la monarquía absoluta en constitucional y amenazan los privilegios de la Iglesia y de la aristocracia. Se opera entonces un brusco cambio de frente; ante este nuevo peligro exterior, el alto clero, los grandes terratenientes, la burocracia y los militares criollos buscan la alianza con los restos de los Insurgentes y consuman la Independencia”.
Hacia 1820, en vísperas de la consumación de nuestra Independencia, la revolución popular estaba prácticamente sofocada en términos militares, pero conservaba la legitimidad, la influencia y el respaldo que había logrado entre la población entre 1810 y 1815, y por ello, la oligarquía se vio obligada a establecer una alianza con la corriente más representativa de ese movimiento popular.
Así, Agustín de Iturbide, representante de las clases dominantes de México, y Vicente Guerrero, uno de los principales insurgentes del partido de Morelos que aún estaba activo, se entrevistan y elaboran en Iguala el famoso Plan de las Tres Garantías: Independencia, Unión y Religión. En torno al Plan de Iguala se unen conservadores y liberales.
El poder colonial representado por el virrey Apodaca, aunque debilitado y sin ninguna posibilidad de recibir apoyo de la monarquía española, decidió resistir y enfrentar militarmente a los independentistas que ya para entonces habían aceptado como jefe al general exrealista Agustín de Iturbide, quien con sus compañeros de armas y con los antiguos líderes del movimiento popular insurgente terminó por imponerse en casi todas las regiones del país.
Escribe el maestro Luis Villoro: En poco tiempo, sin derramamiento de sangre, el ejército de Iturbide conquista las principales ciudades. Entra en Valladolid, Morelia, Guadalajara y Puebla, mientras las tropas expedicionarias españolas destituyen al virrey Apodaca, cuya actitud frente al movimiento es calificada cuando menos de tibia. Queda al mando de la Ciudad de México el mariscal Francisco Novella. Pero todo va a resolverse en unas semanas.
El 3 de agosto de 1821, desembarca en Veracruz Juan O’Donojú, nombrado jefe político de la Nueva España por las cortes españolas, pero queda sitiado en el Puerto de Veracruz por las tropas iturbidistas. “En tal circunstancia no tiene más remedio que lanzar un manifiesto explicando que él no dependía de un rey tirano, de un gobierno déspota”, y señala: “yo no pertenezco a un pueblo inmoral; yo no vengo al opulento Imperio mexicano a ser un Rey ni a amontonar tesoros”, al tiempo que convoca a Iturbide a entenderse para dar solución al conflicto político de la Nueva España. O’Donojú simplemente enfrentaba un hecho consumado que era preciso formalizar. Fue aquí, precisamente, en donde se reunió con los jefes independentistas, y del acuerdo al que llegaron surgieron los conocidos Tratados de Córdoba, en los cuales se estableció, cito textualmente: “esta América se reconocerá por nación soberana e independiente y se llamará en lo sucesivo Imperio Mexicano. El gobierno del Imperio será monárquico constitucional moderado”.
También se pactó, aquí en Córdoba, la creación una Junta Provisional integrada por hombres destacados, cito: “por sus virtudes, por sus destinos, por sus fortunas, representación y respeto” para elegir una regencia de tres notables de la cual saldrá el titular del Poder Ejecutivo, quien gobernaría en nombre del nuevo monarca, hasta que éste empuñara “el cetro del Imperio”.
Los Tratados de Córdoba, al igual que el Plan de Iguala, suscrito ocho meses antes, solo implicaban un reacomodo en la cúpula del poder económico, político y militar para garantizar la continuidad del mismo régimen de opresión colonial, solo que en beneficio de la oligarquía criolla, la cual se arrogó los privilegios de los peninsulares, y ya sin la participación de la monarquía española.
Así se consumó una independencia sin justicia ni libertad para el pueblo raso. Nada quedaba en pie del pensamiento del cura Hidalgo y del cura Morelos; habían caído en el olvido las demandas de abolición de la esclavitud, la tierra para los campesinos y mayores salarios para los trabajadores; se había borrado la demanda de la moderación de la opulencia y una mejor distribución de la riqueza; ya no se hablaba de la creación de tribunales, como lo deseaba Morelos, el Siervo de la Nación, “que defendieran al débil de los abusos que comete el fuerte”.
Pero como posiblemente pensaron en ese entonces Vicente Guerrero, Guadalupe Victoria, Nicolás Bravo y otros herederos de los ideales y de las causas de los curas rebeldes, primero había que asegurar la anhelada independencia, en especial, el párrafo del Acta en el cual la nación mexicana, cito textualmente: “declara solemnemente […] que es nación soberana e independiente de la antigua España, con quien en lo sucesivo no mantendrá otra unión que la de una amistad estrecha”.
Es posible, repito, que los auténticos representantes de las demandas de la mayoría del pueblo calcularon que era fundamental asegurar en primer término la independencia política, por más que quedaran pendientes las reivindicaciones sociales, cuyo logro habría de tomar muchos años más de fatigas, sufrimientos y luchas en defensa de la República y de nuestra soberanía. En efecto, hubo de pasar un siglo para transformar, con la Revolución Mexicana, las condiciones de esclavitud y de injusticia que siguieron prevaleciendo sobre la gran mayoría de la población a pesar de la consumación de la Independencia. Pero esos son otros capítulos de nuestra excepcional y a veces desdichada historia nacional; lo importante ahora es destacar, en este acto, que en los países de nuestra América, las luchas sociales y de liberación encabezadas por José de San Martín, Simón Bolívar, Miguel Hidalgo y José María Morelos y Pavón, triunfaron por los afanes de libertad de los pueblos, por la perseverancia y patriotismo de nuestros héroes, pero también por los conflictos internos de la metrópoli que precipitaron la decadencia política de la España colonial y monárquica.
Nos satisface mucho, lo digo de manera sincera, tratar este tema aquí en Córdoba, Veracruz, donde hace 200 años se firmaron los tratados que afianzaron la consumación de nuestra Independencia, y nos satisface, en especial, conmemorar este trascedente hecho histórico con la presencia de Guillermo Lasso, presidente de la República hermana del Ecuador. Cómo olvidar la hermandad entre nuestros públicos, cómo olvidar que en Guayaquil, en la costa del pacífico de ese país hermano del Ecuador, se encontraron por primera vez Simón Bolívar y José de San Martín; Bolívar, ese gigante, liberó medio continente, y otro gigante, San Martín hizo lo mismo; entre los dos lograron la Independencia de las actuales Repúblicas de Colombia, Venezuela, Panamá, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile y Argentina.
De esa ciudad de Guayaquil, importantísima de Ecuador, era originario el escritor político y diplomático Vicente Rocafuerte, el segundo presidente de la República Independiente del Ecuador, que se desprendió del territorio de la gran Colombia, el primer ecuatoriano que ejerció ese cargo en la nueva nación andina: Vicente Rocafuerte.
Este extraordinario ecuatoriano vivió y luchó en México contra los conservadores; sus ideas liberales, su buena prosa y su oratoria apasionada, hicieron época en nuestro país. Apenas unos meses después de la entrada triunfal de Iturbide a la Ciudad de México para firmar el acta de Independencia, Rocafuerte escribió un texto titulado “Bosquejo ligerísimo de la revolución de Mégico: desde el grito de Iguala hasta la proclamación imperial de Iturbide”. Allí sostenía que este caudillo, Agustín de Iturbide, era un farsante, que solo buscaba, lo cito: “satisfacer la europea y pueril vanidad de ponerse encima de la cabeza una mezquina redondela de oro llamada en el vocabulario gótico corona imperial”. Poco tiempo después sucedió lo que exactamente predijo Rocafuerte, y desde entonces adquirió fama y prestigio entre los liberales mexicanos. Todavía en marzo de 1831, luego de regresar de Inglaterra, donde representaba a México como encargado de negocios, escribió un ensayo sobre la tolerancia religiosa y fue acusado de violar el artículo 3º de la Constitución de 1824 que concedía exclusividad a la religión católica por encima de cualquier otra.
De esta manera, un jurado integrado únicamente por eclesiásticos, condenó a prisión al destacado liberal sin el beneficio de la libertad bajo fianza. El encarcelamiento de Rocafuerte y la defensa de su libertad se convirtieron en una célebre causa popular. Un historiador sostiene que “la actuación de esta junta fue tan excesivamente irritante que indujo a muchos moderados a oponerse no sólo al gobierno, sino también al clero, y hasta los moderados escoceses –se refiere a las logias– y yorkinos se unieron para luchar porque se hiciera justicia a Rocafuerte”.
El 19 de abril, debido a la presión ejercida por diferentes sectores de la sociedad mexicana, Juan de Dios Cañedo, abogado defensor de Rocafuerte, consigue su libertad.
A finales de 1831, Rocafuerte participó en la fundación del periódico El Fénix de la Libertad. El primer número de este importante impreso apareció el 7 de diciembre y se convirtió en el portavoz de la oposición al gobierno conservador de México. Los redactores eran destacadísimos personajes de nuestra historia; además de Vicente Rocafuerte, escribían Manuel Crescencio Rejón, Andrés Quintana Roo, Juan Rodríguez Puebla y Mariano Riva Palacio. Desde el periódico se cuestionaba a los ministros, en especial a José Antonio Facio y a Lucas Alamán.
Rocafuerte sostenía que Facio había sido partidario de Fernando VII y que Alamán era un reaccionario avaro a pesar de su talento y de su cultura. En 1833, Rocafuerte regresa a Guayaquil, antes pasó por Caracas, se entrevistó con el libertador. No fue buena la entrevista, el encuentro porque Rocafuerte era civilista y el libertador pensaba que era necesario mantener el poder de las fuerzas armadas. Llegó a Guayaquil y ese mismo año fue electo diputado, no por Guayaquil, sino por Quito, la provincia que comprende a Quito, la capital de la República de Ecuador; y luego de muchas luchas políticas y militares, en agosto de 1835, es electo presidente constitucional de la República del Ecuador.
Así como Guillermo Lasso que nos acompaña, considero a Vicente Rocafuerte uno de los presidente más inteligentes, más lúcidos, más patriota que ha tenido el hermano país del Ecuador.
En fin, la enseñanza mayor en la historia en nuestra América es que somos herederos de conquistas sociales y políticas de nuestros pueblos. Por eso están mal, errados, equivocados los que hablan del fin de la historia, no podemos saber a dónde vamos si no conocemos nuestro pasado. Quien no sabe de dónde viene no va a saber nunca hacia a dónde va. Somos herederos de conquistas sociales y políticas de nuestros pueblos, conquistas que se fueron alcanzando con enormes sacrificios en largos y difíciles caminos hacia la libertad, la justicia, el progreso y la democracia.
Por ello, nosotros tenemos que cuidar esa herencia, ese legado, mantener nuestros ideales y aplicar nuestros principios. Hemos de recordar siempre que para ser justos es necesario ser libres. El maestro Carlos Pellicer decía: “Los sentimientos de justicia son hijos de la libertad, pues nunca siendo esclavos podremos ser justos”. Tampoco, sostengo por mi parte, puede haber progreso sin justicia, progreso sin justicia es retroceso, y añado no puede haber poder sin pueblo. Democracia es poder con pueblo: Demos es pueblo, Kratos es poder, es el poder del pueblo.
Bendita sea la memoria que aquellas mujeres y hombres que, desde la noche del 15 de septiembre de 1810, abandonaron familia y bienes materiales y no dudaron en entregar su tranquilidad, su libertad o su vida misma, para dejarnos una nación libre, independiente y soberana, una verdadera patria.
Que viva Ecuador
Y que viva México
Muchas gracias.