Por Ricardo Burgos Orozco
El amor es un fenómeno que nadie entiende. A través de la historia ha sido el más estudiado, complejo, incomprendido y multidimensional. Es el tema principal de obras artísticas, pinturas, esculturas, literatura, poesía No tiene una definición completa, posee muchos significados diferentes.
Los psicólogos canadienses Asverly Fehr y James A. Russell elaboraron un estudio en 1991 en el cual determinaron 93 tipos de amor. Los expertos en su mayoría coinciden en la Teoría Triangular de Sternberg, del psicólogo norteamericano Robert Sternberg, que se basa en tres dimensiones o elementos esenciales en el amor: pasión, intimidad y compromiso.
El investigador define siete formas del amor, derivadas de su teoría triangular: cariño, encaprichamiento, amor vacío, amor romántico, amor sociable o de compañía, amor fatuo o loco y amor consumado.
A ese estudio se le podría agregar que el amor también es riesgo porque, pese a la sana distancia y a la obligación de mantener espacio entre personas por la emergencia sanitaria que estamos viviendo, he visto muchas parejas en el Metro, que definitivamente no respetan la contingencia y tampoco la sana distancia.
Hace unos días me subí en la estación Chabacano. Iba hacia el Zócalo. En el vagón a mi lado venía una pareja de jóvenes muy apasionados a quienes les pregunté de broma ¿Y la sana distancia? Se me quedaron viendo, rieron y volvieron a lo suyo. Por supuesto, tampoco traían tapabocas.
En Garibaldi – Lagunilla me encontré en los pasillos a otra pareja dándose arrumacos mientras la gente pasaba a su lado, la mayoría con tapabocas porque ese día, el 17 de abril, anunciaron la obligación de usarlo. La chica era la más cariñosa mientras el muchacho parecía indiferente.
En la salida de la misma estación estaban dos hombres jóvenes también muy pegaditos besándose. Me vieron, me sonreí y les hice la seña del cubrebocas. Uno de ellos me hizo un ademán afirmativo con la mano, pero siguieron como si nada.
En Salto del Agua casi choco con otra pareja muy acaramelada que estaba justo a un lado al bajar las escaleras. El hombre tenía muy amartelada a la mujer y ella se dejaba querer. Caminaban por el andén fuertemente abrazados uno contra el otro, distraídos, y les advertí: no vayan a rebasar la línea amarilla. Creo ni me oyeron.
Para las sexoservidoras que se encuentran en Calzada de Tlalpan, entre las estaciones San Antonio Abad y General Anaya, el amor que ofrecen —olvidado en la Teoría Triangular de Sternberg— se ha complicado porque cerraron temporalmente los hoteles y moteles de la ciudad y sus clientes habituales temen infectarse del virus.
Muchas permanecen horas paradas sin una sola oferta y la mayoría sin cubrebocas. Vi únicamente a dos trabajadoras con este accesorio, en una calle a la altura de Villa de Cortés. A una chica parada en una esquina cercana a Viaducto le pregunté ¿Cómo vas? ¡Está muerto! Me contestó ¿Y si no hay hoteles, dónde? Donde se puede, me dijo.
Al bajarme en Ermita, rumbo a casa, recordé el fragmento inicial del poema El Insecto de Pablo Neruda: De tus caderas a tus pies, quiero hacer un largo viaje, pero también vino a mi memoria una estrofa de la canción Caballo Viejo, del compositor y humorista venezolano, Simón Diaz:…Quererse no tiene horario, ni fecha en el calendario…