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Todos queremos tener más energía, obviamente, pues la energía es la capacidad de hacer cualquier cosa e incluso, como escribió el poeta William Blake, «la energía es deleite eterno», la pulsación misma del universo. Existen innumerables recomendaciones más o menos obvias para tener más energía: ejercicio, alimentación, meditación y demás. Pero una menos obvia es la que exploraremos aquí, y la cual parte de la premisa de que la energía está primordialmente ligada a la mente y por lo tanto las emociones y los pensamientos son esenciales en la conservación de la energía.
Es fácil darse cuenta de que pasar el día pensando obsesivamente, aunque no hagamos ninguna labor física, produce una enorme fatiga, incluso una extenuación. Esto siempre ha sido entendido por ciertas tradiciones contemplativas que, por ejemplo, relacionan estrechamente la respiración con la mente o el aliento con el pensamiento o el aire con el espíritu. Por ello la calma, ligada con la respiración profunda, es un precursor del conocimiento, de la percepción correcta de la realidad.
Este tipo de pensamiento, que podemos designar como «rumiación» o «autofijación», tiene casi siempre la característica de estar centrado en sí mismo, de ser una forma de preocupación o ansiedad con algo que aún no sucede o una forma de resentimiento o lamento ante algo que ya pasó, y esto casi siempre ante algo que nos pasó a nosotros mismos. En realidad lo que nos cansa es una suerte de contracción, y aquí podemos definir al egoísmo como la contracción, pues literalmente el Ser se contrae en el individuo, se amuralla y se queda fijo en un contenedor, como si el agua se volviera hielo. Sólo que la naturaleza del agua es fluir y sólo el agua corriendo produce electricidad para iluminar una ciudad. Y naturalmente, el agua va hacia el mar; el individuo se extiende hacia el mundo, busca la totalidad.
Hace algunos años escuché a un maestro de meditación budista decirle a sus discípulos: «¿Quieren saber por qué tengo tanta energía? Es porque nunca pienso en mí mismo». La frase me pareció brillar con el esplendor de lo verdadero, de lo que es indudable para la intuición pero que en ocasiones no puede explicarse fácilmente.
Si uno no piensa en sí mismo, probablemente esté pensando en los demás. Se puede pensar en los demás obsesiva y enfermizamente, pero entonces en realidad no se está pensando en alguien más, sino en uno mismo, en todo lo que se necesita u odia o envidia a esa persona. Este pensamiento es una atadura y un pensamiento de la atadura. El sentido de la frase del maestro budista es que él dedicaba su pensamiento solamente a ayudar a las demás personas a ser libres. Su pensamiento era compasión; un pensar con los demás, un intentar resonar con sus vidas, para que surgiera, de su relación espontánea, el amor y la sabiduría. Quizá el maestro en realidad no pensaba en nada, pero al no pensar en nada había un inmenso espacio, y cuando algo sucedía a su alrededor él estaba enteramente disponible.
En el budismo se compara comúnmente a la compasión con el Sol. Se dice que la compasión es como el Sol que extiende sus rayos a lo largo y ancho del mundo, y que al mismo tiempo calienta, nutre y dispersa la oscuridad. La palabra tibetana para «buda», sangs-rgyas (se pronuncia sangye) significa literalmente «dispersar», «disminuir» (sangs) y «expandir», «aumentar» (rgyas), esto usualmente referido a la ignorancia (que en el budismo reemplaza al mal o al pecado) y a sabiduría o la virtud; la primera se desvanece como la oscuridad cuando el Sol surge de entre las nubes y la segunda se expande. Podemos especular razonablemente que la aparentemente ilimitada energía del Sol es tal porque nunca deja de dar, porque no cesa de expandirse en rayos de luz; si se contrajera y guardara su luz explotaría y dejaría de ser una fuente constante de luz. Esta es la idea de la compasión, de no pensar en uno mismo, que supone sintonizarse con una energía cósmica —en tibetano, por ejemplo, la palabra para compasión (thugs-rje) también significa resonancia o energía resonante. La compasión es la simpatía universal y nace de la vacuidad o de la ausencia de egoísmo. Compasión y vacuidad, amor y sabiduría, son la pareja real que conduce a la iluminación en los autodenominados «vehículos superiores» del budismo. Mejor aún que ser el Sol, que ser el rey en su trono, es ser la luz que está en todo.
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