Juan Pablo II se mostró como un ferviente devoto de la Virgen de Guadalupe y ofició varias misas en la basílica de la patrona de México.
En tiempos del coronavirus los mexicanos recurren a todos sus santos para protegerse de la pandemia, nadie quiere ser víctima de la enfermedad que ya causó la muerte de miles de personas en el mundo. En medio de la contingencia algunas plegarias se elevan hacia el papa Juan Pablo II, quien a quince años de su muerte aún sigue en la memoria de su “México siempre fiel”.
RECORRIÓ 30 VECES EL MUNDO
También llamado “el atleta de Dios”, Juan Pablo II dejó un legado inigualable para la fe católica. Con 30 vueltas al mundo al mundo a lo largo de su papado elevó al altar a más hombre y mujeres que cualquiera de sus predecesores y se opuso con autoridad a una serie de guerras entre distintos países.
Juan Pablo II deseaba ser recordado como el “Papa de la familia”, un tema que le llevó a escribir “Amor y Responsabilidad” con el apoyo de la doctora Wanda Poltawska, quien sobrevivió a los experimentos de los médicos nazis.
En su tiempo como máximo líder de la iglesia católica instituyó el Domingo de la Divina Misericordia y promulgó un nuevo Código de Derecho Canónico. Además, se encargó de llevar a la práctica el Concilio Vaticano II.
PIDIÓ PERDÓN POR LA IGLESIA
También pidió perdón por los errores de la iglesia en el pasado, desde el proceso a Galileo, el tráfico de esclavos, las cruzadas y la persecución de los judíos, con quienes además estrechó relaciones de amistad.
Para México el legado de Juan Pablo II es único en el mundo. El papa realizó cinco viajes a la república mexicana y desde la primera vez fue adoptado como mexicano por los fieles católicos. Fue el 26 de enero de 1979 que estuvo en suelo mexicano y lo primero que hizo al bajar del avión fue besarlo.
Se mostró como un ferviente devoto de la Virgen de Guadalupe y ofició varias misas en la basílica de la patrona de México en sus cinco visitas a México. Ya en la última, en 2002, ofició la ceremonia de canonización de Juan Diego, para ungirlo como el primer indígena elevado a los altares y el número 464 en su pontificado.