En una de las conferencias presidenciales más singulares y álgidas, en la cual hubo la clara intención de un grupo de asistentes por entorpecer el tema Culiacán, el presidente Andrés Manuel López Obrador negó haber recibido órdenes de Washington para precipitar el operativo de captura de Ovidio Guzmán y, en medio de caos reporteril, aludió una frase añeja: «Les quité el bozal y me están mordiendo la mano».
Alfonso Durazo, secretario de Seguridad Pública, se defendió por la versión falsa de un operativo de rutina en el cual el Ejército se topó con el hijo del Chapo, aquel mediodía del 17 de octubre: «En este gobierno no necesitamos mentir. No estábamos pensando en la información, sino en salvar vidas».
Por su parte, Luis Cresencio Sandoval, titular de la Defensa Nacional, dijo que la posible filtración de datos de jefes militares a delincuentes es parte de una investigación, ya en curso en la FGR.
A Ovidio, especificó, se le dejó en su casa, de la cual nunca salió. Las tropas fueron las que abandonaron la vivienda.
El blindaje orquestado por supuestos reporteros sembrados y otros infiltrados -y la subsecuente falta de información- derivó en desorden, y en la parte final del encuentro predominaron los gritos e interrupciones, mientras el presidente aceleraba sus reproches al trabajo periodístico.