Sin respetar la distancia social y sin máscaras, el presidente Donald Trump hizo un discurso conmemorativo del 4 de julio, Día de la Independencia, en la montaña Rushmore enfocado a conmemorarse a si mismo y a sus bases, de marcado carácter divisivo y confrontacional, descalificando como “difamadores de nuestros héroes” y “destructores de nuestra herencia” a los que protestan en las calles buscando justicia racial.
En un anfiteatro repleto, su alocución podría haberse celebrado hace un año o dos, porque en sus casi 45 minutos de intervención hizo una alusión de dos segundos al virus, como si en el país no hubiesen fallecido cerca de 130.000 personas y haya más de 2,7 millones de infectados, en un momento en que la pandemia repunta de forma generalizada en Estados Unidos, con siete días consecutivos de récord de nuevos casos. Precisamente, una de las infectadas en Kimberly Guilfoyle, la novia de Donald jr., el primogénito del presidente.
Ni una muestra de condolencia, ni una alusión a los afectados por el contagio. No existen para él, en un momento en que las encuestas indican que va muy por detrás de su contendiente en noviembre, Joe Biden, y en uno de los peores momentos en su mandato a nivel de valoración ciudadano. Grupos de nativos americanos, que consideran las Colinas Negras, donde está Rushmore, es territorio sagrado que les robó el gobierno federal, se manifestaron en contra de la presencia de Trump, que no les mencionó en ningún momento.
Si alguien esperaba un mensaje unidad, Trunp utilizó ese escenario, con las esculturas de fondo esculpidas en la montaña de George Washington, Thomas Jefferson, Abraham Lincoln y Theodore Roosevelt, para lanzar un ataque destructivo contra los liberales demócratas, a los que, con gesto belicoso y tono totalitario, describió como integrantes de un movimiento que se ha infiltrado en escuelas, redacciones de medios de comunicación y juntas de gobierno de corporaraciones.
“Nuestro nación es testigo de una despiadada campaña para aniquilar nuestra historia, difamar nuestros héroes, borrar nuestros valores y adoctrinar a nuestros niños”, sostuvo Trump. “Turbas coléricas están intentando derribar las estatuas de nuestros fundadores, desfigurar nuestros más sagrados memoriales y desatar una ola de crímenes violentos en nuestras ciudades”, remarcó.
Las autoridades sanitarias han reiterados sus peticiones de que los ciudadanos celebran el 4 de julio en familia, invitándoles a quedarse en sus hogares como una acción patriótica. Sin embargo, Trump redobló su deriva en lo que se denominan las guerras culturales para insuflarle energía a sus seguidores.
Arremetiendo contra lo que denominó “cancelar la cultura”, el presidente proclamó que la izquierda sólo pretende desatar el crimen en las ciudades a lo largo de toda la geografía. “Piensan que los estadounidenses son débiles, blandos, sumisos”, insistió con un tono belicista. Por el contrario, él se describió como un líder que se opone “a la abolición de la policía, que defiende la Segunda Enmienda de la Constitución (el derecho a tener armas), la ley y el orden y la herencia del país.
Su arranque ya evidenció por donde iba su discurso, siempre al ataque, jamás conciliador. “Ese movimiento (en alusión a los liberales demócratas) ataca abiertamente el legado de cada una de los héroes de la Montaña Rushmore”, recalcó. En alusión a los cuatro presidentes ahí cincelados, Trump reiteró que “nunca serán destruidos, sus logros jamás serán olvidados y serán siempre el testimonio de nuestros padres y de la libertad”.
Insistió en que ha creado una fuerza para actuar contra los que destruyen o derriban estatuas, para los que pide el máximo de la pena, hasta diez años de cárcel. También anunció que se han iniciado los trámites para crear “un parque de estatuas”.
En ese ambiente, no desaprovechó la ocasión para mostrar su oposición al aborto y para ensalzar la construcción del muro en la frontera sur. La gran fiesta nacional se convirtió en la gran fiesta del trumpismo. No fue una conmemoración, fue un mitin de campaña.