Por Ricardo Burgos Orozco
Hace años cuando trabajaba como reportero de radio en Grupo ACIR, me tocó cubrir una representación de La Pasión de Cristo en Iztapalapa, que se realiza desde 1843. En la estación Ermita del Metro, de la Línea 1, salía un camión que se iba por toda la calzada Ermita Iztapalapa y me dejaba a un lado del Cerro de la Estrella, escenario principal de esta conmemoración en ese tiempo.
En aquel tiempo todavía no se pensaba en una Línea 12 del Metro y mucho menos en una estación del Metro Cerro de la Estrella.
Jueves y viernes de esa semana estuve en el lugar desde muy temprano. En aquel tiempo, 1981, a los reporteros nos dejaban estar a un lado de la escenificación y podíamos ver muy de cerca los detalles.
No recuerdo los nombres de los actores principales en esa ocasión, pero todos realizaban su trabajo con mucho entusiasmo, emoción y seriedad, pese a que no reciben remuneración económica por esa tarea, que no es de días, sino de prepararse desde muchos meses antes para la representación del año siguiente, incluso algunos piden permiso en sus empleos para ensayar 13 semanas antes.
Durante la representación ese 1981 se llenó de gente en los alrededores del Cerro de la Estrella, el escenario principal. Hubo visitantes de otros lugares del país y del extranjero. Dicen que llega a haber hasta dos millones de personas durante toda la semana.
Eso sí, eran días de buenos ingresos para decenas de comerciantes improvisados y establecidos; vendían de todo, desde recuerdos, veladoras y rosarios hasta helados y paletas, muy necesarias para refrescarse porque el calor es sofocante a esa hora.
Ese viernes parecía que la naturaleza se había puesto de acuerdo para hacer más llamativa la representación porque casi a la hora de la “crucifixión” se empezó a nublar y a caer una lluvia ligera, que al poco rato se calmó.
Recuerdo que el viernes por la tarde, cuando ya concluyó toda la celebración litúrgica, esperé pacientemente a que se retirara la gente para volver a tomar el camión de regreso hacia la estación Ermita del Metro; de ahí viajar hasta Pino Suárez y transbordar hacia Chapultepec para tomar otro camión hacia la calle de Pirineos, en la Lomas de Chapultepec, donde está Grupo ACIR, porque debía hacer una edición grabada para los noticieros de la noche y de la mañana del día siguiente.
Al año siguiente, le tocó a mi compañero Norberto Gasque la cobertura en Iztapalapa, pero me hubiera gustado estar nuevamente ahí por la experiencia que se vive con tanta gente que participa y colabora de buena fe, sin ningún interés económico, para llevar a cabo una tradición transmitida por generaciones.
Al igual que en 2020, este año el evento también será cerrado, no habrá público, para prevenir posibles contagios de Covid. La gente tendrá que ver la representación 178 vía redes sociales, a través de los medios del Gobierno de la Ciudad de México y el canal Capital 21. El escenario principal no será tampoco el Cerro de la Estrella, sino el Cerro de la Cuevita.
Se dice que la Pasión de Cristo en Iztapalapa nació en 1833 cuando una epidemia de cólera afectó a la población. Desesperados, muchos habitantes realizaron una peregrinación para pedirle ayuda al Señor de la Cuevita; cuenta la leyenda que les concedió el milagro y como agradecimiento, empezaron a representar en 1843 el Viacrucis en el Cerro de la Estrella.
Todos los actores que participan cada año deben ser originarios de los ocho barrios de Iztapalapa (antes los papeles se heredaban); ellos mismos pagan su vestuario y una cuota al comité organizador. Deben tener buena condición física, entre otras características, sobre todo quienes representan a Jesús — su cruz pesa 90 kilogramos y mide seis metros — y a los “nazarenos”, que deben cargar cada quien su cruz y portar una corona de espinas.
La Pasión de Cristo en Iztapalapa es una tradición de muchos años que representa la fe y la esperanza de millones de personas, sin importar la religión que profesemos.