Por Ricardo Burgos..
Yo estaba desempleado los primeros meses de 1995 y mientras conseguía trabajo colaboraba sin sueldo en la revista Huellas. En ese tiempo, Ernesto Canto Gudiño era asambleísta en la Primera Asamblea Legislativa del Distrito Federal de 1994 a 1997 y me pidieron una entrevista con él, pero la condición era que acudiera a las instalaciones del semanario ubicadas en ese tiempo en la avenida División del Norte.
Lo primero era buscar a Ernesto. Tomé el Metro en la estación Ermita y me bajé en Allende, caminé hacia la antigua Cámara de Diputados, en las calles de Allende y Donceles, sede de la Asamblea Legislativa. Había sesión; esperé a que terminara y abordé al excampeón olímpico con la esperanza que se acordara de mí. Me reconoció enseguida.
Después de recordar su época de marchista exitoso y mis tiempos de reportero de deportes, acordamos un día para que visitara la revista donde colaboraba. Le pedí que pasara por mi afuera de la estación del Metro Etiopía para llegar juntos; soltó la carcajada al preguntarme ¿Si quieres también me voy en el Metro y nos vemos en el reloj? Llegó puntual adonde quedamos, manejando él mismo su auto. Fueron dos horas de charla muy agradable, que después se publicó en las páginas centrales de la revista.
No sabía que en ese 1995 iba a ser la última ocasión que platicara con él. Después fue funcionario de gobierno — trabajando principalmente en actividades deportivas –, comentarista en Televisa y el sexenio pasado director general de Prevención del Delito en la Secretaría de Seguridad Pública.
Conocí a Ernesto Canto cuando era un jovencito de sólo 17 años. Yo también estaba muy chavo; empezaba a cubrir deportes para la agencia Notimex y me enviaron a mi primer viaje reporteril a los Juegos Centroamericanos y del Caribe juveniles en Xalapa, Veracruz, en 1976, donde fue campeón de marcha de diez kilómetros. Mi amigo Norberto Gasque, en ese tiempo reportero de la XEX, y yo lo entrevistamos después de su competencia e hicimos buenas migas.
Recuerdo que en Xalapa no soltaba a su novia de aquel entonces, una corredora de nombre Alma – chaparrita, muy seria — y bromeábamos con eso. A sus 17 años, Ernesto ya era un experto en su disciplina; a Norberto y a mí nos mostró la técnica de la caminata, siempre con uno de los dos pies pegados al piso, una disciplina muy difícil.
Volví a ver a Ernesto en los Juegos Centroamericanos y del Caribe en Medellín, Colombia, en 1978. Ya estaba convertido en un atleta más hecho. En 1980 no pudo competir en los Juegos Olímpicos de Moscú por una lesión, pero yo estaba seguro que, con su calidad, le hubiera dado una medalla a México en los 20 kilómetros de caminata como lo hizo en 1984 en Los Ángeles donde ganó oro y plata en los 50 kilómetros, lo que ningún mexicano en esta especialidad ha hecho.
Desde 2018 no sabía de Ernesto Canto hasta este viernes 20 de noviembre de este 2020 cuando me enteré sobre su fallecimiento a consecuencia del cáncer de hígado y páncreas que padecía. Siempre lo recordaré como cuando lo vi por primera vez en Xalapa en 1976, sencillo y con espíritu triunfador, o cuando pasó por mi al Metro Etiopía, bromista y seguro de sí mismo ¡Buena caminata a la eternidad, campeón!