Por Ricardo Burgos Orozco
Yo era un chavo de 18 años cuando vino a la Ciudad de México una prima de Chihuahua; ella de la misma edad, insistió en que deseaba conocer la Zona Rosa porque le habían hablado mucho de ella, que era un lugar espectacular. La llevé en el Metro, por supuesto. Confieso que en ese tiempo yo tampoco conocía la Zona Rosa y no entendía por qué la gente hablaba tanto de ese lugar.
Mi prima y yo nos bajamos en la estación Insurgentes y comenzamos a caminar por las principales calles: Insurgentes, Hamburgo, Niza, Amberes, Londres, Génova, Liverpool, Florencia. Era mediodía, veíamos mucha tranquilidad y nunca entendimos la razón de la fama de la Zona Rosa. Con poco dinero en la bolsa, nos tomamos un refresco en un puesto y nos regresamos a casa desilusionados “les voy a decir a mis amigas que no hay nada del otro mundo…es puro cuento”, comentó ella.
Lo que no sabíamos en aquel entonces es que lo atractivo de la Zona Rosa era principalmente su vida nocturna con infinidad de bares, restaurantes, hoteles, galerías de arte, cafeterías, antros, librerías, oficinas, incluso existió un pequeño teatro El Can Can en la esquina de Hamburgo y Génova y el Cine Buñuel en Niza, propiedad de Gustavo Alatriste.
También se caracterizaba porque conocidos artistas e intelectuales, entre ellos la poetisa Pita Amor, vivían ahí y otros hicieron de este un lugar de encuentro como el pintor José Luis Cuevas, Víctor Flores Olea, Carlos Monsivais, Fernando Benítez, Julieta Campos, Gabriel Zaid, Eduardo Lizalde, Enrique González Pedrero, Matías Goeritz, Manuel Felguérez, Lilia Carrillo y muchos más.
Se dice que el nombre surgió porque había varios edificios de color rosa, aunque se habla de que el título se le ocurrió a José Luis Cuevas porque decía que esta era una zona roja de noche y blanca de día. El gran divulgador del nombre fue Agustín Barrios Gómez en su columna de sociales llamada Ensalada Popoff del periódico Novedades — ya desaparecido –.
La Zona Rosa ya no es el sitio de moda desde hace muchos años. El tiempo y la pandemia la desgastaron. Se acabaron las reuniones de artistas e intelectuales en los restaurantes del lugar porque también algunos cerraron por la crisis; en la noche hay que cuidarse del acoso y de los asaltos.
Saliendo de la estación del Metro está el cascarón de lo que fue el Cine Insurgentes, que en un tiempo fue de lujo donde exhibían películas de estreno. Es un inmueble enorme que abarca una manzana, ahora está cerrado y por fuera sólo se observa la gran marquesina.
Otra imagen representativa de la zona es la Glorieta de Insurgentes que poco ha cambiado con el edificio del Metro y punto de encuentro para mucha gente. Se le agregó la terminal del Metrobús, pero sigue habiendo mucho movimiento.
Hay unos diez o 12 lustradores de calzado que se mantienen en la glorieta. Aarón, con varios años ahí, me dijo que varios de sus compañeros se han ido buscando mejores alternativas de ingreso porque han bajado mucho los clientes y la competencia es demasiada. Me dijo que si acaso le salen seis o siete boleadas promedio por día.
En uno de los hoteles cercanos le pregunté a un empleado cómo estaba la situación y me confesó que están tratando de aguantar porque casi no hay turismo internacional y nacional ¿Cuántos huéspedes tienen ahorita? Le pregunté; ninguno, me contestó.