Por Ricardo Burgos Orozco
Tomaba el Metro en Refinería, de la Línea 7, hacia Tacuba y de ahí a su trabajo muy cerca de la estación Panteones, de la Línea 2. Con el inicio de la pandemia en marzo pasado, Salvador prefiere usar su bicicleta para trasladarse, evitar aglomeraciones y prevenir contagios. Hace 20 minutos de su casa, en Atzcapotzalco, al lugar donde labora.
Desde hace 16 años, Salvador Trejo es sepulturero o panteonero en el Panteón Español. Sin embargo, prefiere que le digan encargado o “cuartelero” como les dicen los españoles porque – explica – se llaman así a quienes cuidan de cierto espacio de terreno, como un soldado en el ejército.
Trabaja desde las ocho de la mañana hasta las cinco de la tarde –de lunes a domingo –, gana el sueldo mínimo, pero se ayuda con las propinas que les dan las personas que tienen ahí a sus difuntos porque proporciona mantenimiento a las tumbas, puliéndolas, limpiándolas y les hace labores de reconstrucción cuando es necesario.
El Panteón Español, inaugurado en 1886 por Porfirio Díaz, cerró sus puertas desde mayo pasado para el público a consecuencia de la pandemia; abre solamente cuando hay un sepelio y es donde los “cuarteleros” deben intervenir para abrir la fosa, adecuarla y apoyar a los deudos en lo que necesiten. Por supuesto, tienen un equipo especial que les proporcionó la administración del panteón, que incluye careta y cubrebocas.
Salvador trabaja junto con otros 42 compañeros. Hace tiempo eran 48, pero han ido saliendo y la administración de lugar ha preferido no contratar más gente. Cada uno de ellos tiene su parcela o manzana de responsabilidad, con un número importante de tumbas que atender.
Cuenta que hacer sus labores no es nada fácil porque ven muy de cerca el intenso dolor de muchas personas cuando sepultan a sus seres queridos. Confiesa que muchas ocasiones ha tenido ganas de llorar cuando la gente intenta lanzarse a la tumba de su familiar cuando el ataúd está descendiendo a su última morada. También dice que ha visto personas que sufren falsamente por algún interés.
En el Panteón Español están las tumbas de Mario Moreno “Cantinflas” y de los hermanos Ricardo y Pedro Rodríguez, corredores de autos, fallecidos trágicamente, primero uno que el otro, hace algunos años. Salvador confiesa que ya nadie los visita; por iniciativa, trató de darle mantenimiento al espacio — muy descuidado — de los pilotos mexicanos, llegó una persona, al parecer el abogado de la familia, y lo estaba acusando de profanador de cadáveres.
Con los años, Salvador ya se acostumbró a convivir entre los muertos. Incluso come ahí entre las tumbas y mucha gente lo critica, pero él dice que el lugar es muy limpio, más que muchos sitios afuera.
Salvador estudió hasta la secundaria. No pudo más por la necesidad económica en su familia. Sus colegas están en la misma situación. Se ríe cuando recuerda que uno de sus compañeros presumía de una supuesta conquista con una visitante del panteón y él le decía de broma: lo que quiere la señora es llevarte a su casa y ponerte de ejemplo con sus hijos para que vean cómo pueden quedar si no estudian.
A sus 54 años de edad, Salvador Trejo tiene 29 de casado, con dos hijos. Ninguno de ellos quiso seguir el oficio de su papá y se dedican a otras cosas. Él les decía desde niños: miren, no les tengan miedo a los muertos, hay que temer más a los vivos.