Por: Ángel Álvaro Peña
Primero impiden que gobierne y luego reclaman que va lento. Primero ponen trampas para que dé nombres, y cuando los da a conocer lo acusan de violar la privacidad de los datos, quieren precisión y cada reportero lleva sus propios datos para confundir.
No cabe duda que hay trampas en las que quiere hacer caer al gobierno federal.
Si logran hacer que caiga en las trampas o no, ese no es un problema que ayude al país a salir de la crisis en la que está desde hace muchos años.
Los problemas que padece México son viejos, muy viejos, incluyendo los de un sector de la prensa con una larga tradición de corruptelas. Ya desde el 68, los estudiantes detenían su marcha para señalar los edificios de los diarios de circulación nacional acusándolos, a grito abierto, de “prensa vendida”.
Es decir, existe en los críticos del sistema una especie de esquizofrenia en la que, por un lado, exigen que cumpla en un año todas las promesas de campaña y, por el otro, le impiden gobernar.
Porque en el caso del aeropuerto Felipe Ángeles, por ejemplo, los mismos que quedaron dolidos porque sus negocios se les frustraron en el aeropuerto de Texcoco, son los que se amparan para evitar que el aeropuerto de Santa Lucía continúe su ritmo de trabajo.
Este tipo de formas de oposición que no llegan más que a lo anecdótico, no pueden hacer contrapeso y menos aún crear credibilidad ante una sociedad que ha dejado de creer en los medios convencionales para dar lugar a una conciencia más despierta.
Hace 51 años, los mexicanos todavía creían lo que los medios afirmaban respecto a los jóvenes del movimiento estudiantil. No los bajaban de flojos, de oportunistas y de comunistas. Calificativos que estaban muy lejos de ser verdaderos; sin embargo, había quienes todavía les tenían fe a los medios. Ahora la gente ha cambiado radicalmente en México, y basta y sobra con que los medios lo digan para que la gente piense lo contrario.
Con este panorama, ante la presión que algunos ejercen para que en un año haga lo que otros presidentes ni siquiera cumplieron en seis, quieren culpar al gobierno federal no sólo de lentitud en las obras prometidas, sino de incumplimiento. El Presidente de la República pidió calma y paciencia para concretar lo que anunció durante su campaña, pero nadie se quiere dar por aludido y quieren imponer un ritmo de trabajo que nunca fueron capaces de exigir a las autoridades.
El país tenía una economía de guerra y había dependencias de gobierno donde nadie trabajaba. Con rezagos administrativos que daban vergüenza. Es decir, había una burocracia con altos salarios, pero no había prácticamente nada en sus oficinas. Se convertían en parásitos de los mexicanos que pagaban su salario con los impuestos.
Esta situación se suma a la del saqueo de oficinas en las que ni siquiera dejaron las llaves de los escritorios, porque los equipos de cómputo y objetos de valor se los llevaron, a pesar de que estaban inventariados y con sus correspondientes responsables del resguardo.
Las circunstancias de una administración pública saqueada ha sido un obstáculo más para esas promesas de campaña que quieren ver concretadas los medios y algunos críticos, y todavía hay en la estructura de las instituciones saboteadores que obedecen a las consignas del partido, quienes impiden el desarrollo normal de la administración pública actual. PEGA Y CORRE.- El 16 de septiembre de 2007, a menos de un año de haber tomado posesión, el entonces presidente de la República vistió de militares a sus dos hijos varones, Luis Felipe y Juan Pablo. El primero ahora es defendido por su padre como si se tratara de un inocente bebé, ahora que fue descubierto por cultivar una granja de bots contra el gobierno federal. Ese Borolitas ha sido visto disparando armas de uso exclusivo del Ejército, escandalizando en Playa del Carmen, escribiendo sobre la bandera mexicana, cargando cocaína, etc. Al rato podría ser candidato a diputado por el partido que le está fabricando su padre… Esta columna se publica los lunes, miércoles y viernes.